Es indudable que la nueva situación mundial originada por la crisis sanitaria del coronavirus SARS-CoV-2 causante de la enfermedad COVID-19 ha modificado sustancialmente las actividades humanas, principales causantes del cambio climático. Pero desconocemos a ciencia cierta qué orden de magnitud tendrá porque sólo podemos intuir el fin de las medidas puestas en marcha, cómo será la situación a posteriori una vez que recuperemos la “normalidad” o si esta crisis sanitaria tendrá alguna repercusión significativa en la evolución del clima.

No se debe olvidar que el cambio climático es uno de los retos más importantes a los que nos enfrentábamos como sociedad y que la emergencia climática, aunque haya pasado a un segundo plano, volverá a golpearnos de lleno una vez superada esta crisis, porque no ha desaparecido, sigue estando muy presente entre todos nosotros.

La pandemia se explica por la propia naturaleza del SARS-CoV-2 muy “eficiente” a la hora de infectar las células humanas y una estabilidad que lo hace especialmente contagioso, sobre todo en los entornos comunitarios. Pero no se puede perder de vista que la globalización de las comunicaciones ha sido la perfecta caja de resonancia de la rápida expansión internacional de la pandemia.

Esta crisis sanitaria mundial no es una causa directa del cambio climático, al menos hasta que estudios científicos los puedan interrelacionar. No obstante, estudios previos ya relacionan el cambio climático con futuros problemas de salud pública asociados a la presencia de nuevos agentes patógenos, el previsible aumento de plagas que pudieran afectar a la salud humana y la aparición de nuevos vectores transmisores de enfermedades.

Sin embargo, las implicaciones de esta pandemia deben servir de aviso a navegantes. La Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) lleva varios años alertando de las consecuencias que el cambio climático está provocando sobre el permafrost y la exposición a nuevos patógenos atrapados durante millones de años en el hielo. A medida que se vaya derritiendo, la “reaparición” de enfermedades antiguas, durante mucho tiempo erradicadas, podrán ir resurgiendo en el mundo, afectando especialmente a las poblaciones más vulnerables.

Y no hay que obviar las repercusiones negativas sobre los sistemas sanitarios de los países, que como se ha demostrado en esta crisis, se han enfrentado a todo tipo de problemas que han puesto de manifiesto algunas de sus más importantes debilidades llegando en algunos casos al borde del colapso.

Parece evidente que las principales medidas para evitar la propagación de la enfermedad tomadas a nivel mundial; el confinamiento de casi 3.000 millones de personas y el cierre de la actividad económica no esencial (caso de España), están actuando positivamente sobre la principal causa del cambio climático, las emisiones de gases contaminantes. En el caso de China, se han llegado a reducir hasta un 25%, como afirman varios estudios e imágenes de satélite.

En el caso de España, la Agencia Espacial Europea (AAE) ha presentado un mapa comparativo, que ilustra este artículo, a partir de imágenes del satélite Copernicus Sentinel-5P, en los que se observan fuertes reducciones de las concentraciones de NO2 en las principales ciudades españolas (Madrid, Barcelona, Sevilla o Valencia). Otros estudios realizados a partir de las mismas imágenes satélite han determinado que estas concentraciones han disminuido de media un 64%.

 

Fuente AEE, 2020

Este beneficio a corto plazo puede permitir que el balance del año se cierre con una reducción global de gases de efecto invernadero y dará un respiro a las administraciones firmantes del Pacto de los Alcaldes en relación con los objetivos de reducción de emisiones comprometidos en sus planes de acción.

No obstante, varios artículos publicados alertan que lo más probable es que las emisiones vuelvan a aumentar en cuanto la economía se recupere como ya ha hecho tras otras crisis económicas o conflictos sociales. Los indicios indican que se producirá un relanzamiento e impulso de la actividad económica, para posteriormente ir volviendo gradualmente a la normalidad social, que devolverá los datos de emisiones a valores previos a la crisis en el corto o medio plazo, dependiendo del de tiempo que duren las medidas de confinamiento.

Los objetivos de la lucha contra el cambio climático se enfrentan a dos “enemigos” ya reconocidos; por un lado, la necesidad de una recuperación económica a corto plazo que se centre única y exclusivamente en las pérdidas que ha provocado el parón por la crisis sanitaria y, por otro, que se reduzcan ostensiblemente los esfuerzos económicos de las empresas y la voluntad política de las administraciones puestos sobre la mesa de la emergencia climática. El caso de Andalucía y la política de incentivos a la actividad económica que ha supuesto una importante desregularización ambiental es un primer paso que sienta un precedente muy peligroso, sobre todo, en una región tan expuesta al cambio climático.

Como ya ocurrió tras la crisis mundial de 2008, la sostenibilidad, la protección del medio ambiente y el cambio climático sufrieron un retroceso muy severo, no tanto en materia de regulación, como sí en inversiones públicas y gasto de las empresas. Pasó a ser considerado un elemento superfluo y, por tanto, prescindible.

Esta probabilidad existe actualmente. Ahora todos los esfuerzos se centran en la inmediatez, como no puede ser de otra forma, para salvar vidas humanas. Los esfuerzos en la lucha contra el cambio climático son a largo plazo. Antes de la crisis sanitaria todo hacía indicar que estábamos al borde del punto de no retorno, de ahí la aprobación de la emergencia climática por muchas administraciones e instituciones públicas y privadas. Ahora puede parecer que los peligros del cambio climático pasarán a un segundo plano.

Por tanto, se hace necesario no olvidar el horizonte marcado y que es más que probable que en el marco del cambio climático se vuelvan a reproducir situaciones como las que vivimos actualmente, lo que nos obliga a estar preparados, a adaptarnos a los previsibles impactos futuros. Hay que mantener la lucha iniciada para evitar una catástrofe mayor, siendo conscientes que una de sus consecuencias puede ser lo que estamos viviendo ahora.

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